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Seda
Sintió resbalar el agua por su cuerpo, primero sobre sus piernas, y después a lo largo de los brazos, y sobre el pecho. Agua como aceite. Y un silencio extraño a su alrededor. Sintió la ligereza de un velo de seda que descendiera sobre el. Y la mano de una mujer -de una mujer- que lo secaba acariciando su piel por todas partes: aquellas manos y aquel paño tejido de nada. Él no se movió en ningún momento, ni siquiera cuando sintió que las manos subían por los hombros hasta el cuello y los dedos -la seda y los dedos-, subían hasta sus labios, y los rozaban, una vez, lentamente, y desaparecían.
Esperó largamente, en silencio, sin moverse. Después , con lentitud, se quitó el paño mojado de los ojos. No había ya luz en la habitación. No habían nadie a su lado. Se levantó, cogió su túnica que yacía doblada en el suelo, se la echó por los hombros, salio de la habitación, atravesó la casa, llegó ante su estera y se acostó. Se puso a observar la luz que temblaba, borrosa, en la lámpara. Y con cuidado, detuvo el Tiempo durante el tiempo que lo deseó.
No fue nada, después, abrir la mano y ver aquella hoja de papel. Pequeña. Unos pocos ideogramas dibujados uno debajo del otro. Tinta negra.
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